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29 jul 2009

Cuando comer es un placer irrenunciable

Me han preguntado por qué dejo ciertas pausas de varios días en la publicación en este Blog. Seguido encuentro excusas buenas que al paso surgen para solventar dichos comentarios. Tengo las comunes pero no menos efectivas como el exceso de trabajo, la atención concentrada en algún evento, la internación en un paraje incivilizado, la depresión recurrente, la flojera itinerante y todos los etcéteras que se vayan agregando dentro de la canasta de posibilidades. Hay una, por cierto, que nunca he usado, porque hasta el momento no me ha ocurrido y es el bloqueo ante la hoja en blanco, aunque sea electrónica ya. Toco madera, porque no quisiera experimentarlo, y en realidad mi rollo transcurre con un flujo constante, a veces caótico y otras tantas más coherente, utilizando los recursos que he llevado a cuestas en la aventura vital.

Razones hay suficientes como para deprimirse en el mundo actual pero siempre me ha gustado mirar al lado optimista y propositivo, aunque un país como México; gobernado por los peores, que te toma al asalto, revuelca tus ideas y hace naufragar aquellas nobles intenciones; parece empeñarse en lo contrario. Aún así, mayormente logro alcanzar esos instantes de optimismo necesarios para auto motivarme. Dichos instantes que bien pueden llevarnos a episodios felices cuando se van sumando como placeres, pueden ser de distintos tipos. Uno de ellos, para mí, es la comida (otros como ya sabrán, son la bebida, los viajes, la música, la literatura, la política, las artes escénicas, etc.). Y todo lo anterior viene en relación a una plática con mi amigo Raúl Cárcamo, mientras comíamos acompañados de Pedro Bermúdez, en el Restaurante Asadero 530 de Coyoacán (Miguel Ángel de Quevedo # 530). Ambos coincidimos en que la comida es uno de esos placeres inobjetables de la vida y que cuando se reunen las condiciones para entrarle a una buena comilona, pues no puede desperdiciarse. Exactamente eso fue lo que hicimos y degustamos una buena parrillada de exquisita combinación de carnes (sin ostentación alguna de adjetivos de procedencia innecesarios como argentina, uruguaya, brasileña o wherever) con un maridaje improvisado de un Tinto Chileno (aquí si importa el origen pero sobretodo la cepa) Punta del cielo (homónimo de la marca mexicana de café), que reune la fuerza de la Cabernet Sauvignon con la inusitada Carmenere haciendo un buen vino que nos supo a eso, a paraíso. Así que recomendamos dicha experiencia gastronómica por el sur de la ciudad, que resulta mucho mejor que otras ofertas de cadenas restauranteras, o de suntuosos propietarios de farándula.

Salud y buen provecho mientras aguardamos, ésta semana, que ya haga su apertura El Convento, en la Plaza de la Conchita también en Coyoacán, para enriquecer las opciones de la Alta Cocina Mexicana de vanguardia.
 
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