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28 sept 2009

Generación Atari

De regreso de un nuevo fin de semana en Tuxpan, que viene siendo frecuente tal como en épocas pasadas, aún sigo con los pensamientos que me provocó mi última lectura que hice en el camino: Temporada de caza para el león negro del buen amigo, zacatecano de nacimiento y oaxaqueño por adopción, Tryno Maldonado. Siendo ése uno de los objetivos de la literatura: provocar. Me provocó imágenes, me provocó escribir sobre ello, más antes que nada, me evoca a pensar en términos de la generación propuesta de pasada en el libro: la Generación Atari y lo hace porque, aunque pudiera resistirme, soy parte de ella por el periodo que comprende y por la acción misma de haber quedado pasmado horas enteras frente al televisor jugando con la consola Atari 2600. Ya sabía yo que Tryno era aficionado a los juegos de Atari, que de hecho el nombre de su blog así lo manifiesta (http://atari2600.blogspot.com/) y lo refuerza la imagen de un joystick como logotipo; habíamos platicado incluso alguna vez sobre la supuesta generación y aunque lo había considerado un punto en común (así como el Rock, la ideología de izquierda, la literatura, la tecnología, entre otros), no lo había pensado a fondo como hasta ahora, cuando ni siquiera es una vertiente principal en su libro.
A fines de los 70 y en los 80 en México sólo se podían conseguir dichas consolas por fayuca o trayéndola directamente de USA, esto último sucedió en una navidad que mi papá nos regaló el Atari, sin haberlo pedido pues ni lo conocíamos y nadie que conociéramos lo tenía, realmente fuimos muy pioneros en eso. En pocos días mi hermano y yo dominamos el juego que traía la consola: Combat, un juego para uno o dos jugadores de tanques de guerra en un laberinto; así que el encargo continuo para mi papá fue que siguiera trayendo más cartuchos. En ese tiempo, mi amigo y vecino Carlos Bretón (al cual le envió un gran saludo) consiguió su propia consola por encargo a su tío de San Diego después de haberse fascinado con la nuestra. Así, ya fue diferente, pues teníamos alguien con quién compartir juegos y medir destrezas, pues todos los amigos que acudían a jugar a nuestras casas no podían adquirir la misma habilidad que nosotros por las pocas horas que jugaban. Más tarde en la secundaria promovía las pintas para jugar o ver las porno en mi casa o la de Carlos pues también en eso fuimos precoces y ya teníamos películas en VHS. O más socialmente bien visto, después de clases, se organizaban retas tremendas en la sala de mi casa, dónde llegaron a estar hasta 15 amigos y amigas esperando su turno y dónde también contaba mi prima Rubí que a sus 5 años era difícil de derrotar sobretodo en el Barón Rojo. Además de éste, llegamos a tener como 30 juegos pero mis favoritos fueron el Galaxian (que lo compré años después directamente en Los Angeles por 39 USD en vez de unos tenis), Pac-man, Space Invaders, Asteroids, Joust, Tarzan, Dig-Dug, Polaris, Q-bert, etc. Ah!, esos años 80 tan frescos.


Eso, como dije, fue algo que se desprendió inherente de la misma lectura, nada que ver con la historia central de la novela, tan contundente como sorprendente, pero que aún así hizo que me viera inmerso en otras líneas mentales antes que lo pudiera evitar, y más, una vez que la hube concluido. Me quedé largo rato absorto en esas evocaciones y el segundo libro que llevaba de mi larga lista de pendientes, quedó relegado a la banca e incluso volvió al DF sin abrirse siquiera. Temporada de caza para el león negro (Anagrama, México, 2009) había sido, desde enero de éste año, un libro esperado por mí, al cual busqué cuando andaba en Europa pero aún no salía, que lo vine a comprar en el Péndulo de Santa Fé meses después y que había tenido que hacer fila rigurosa detrás de otros libros. En esta ocasión lo escogí para leerlo de camino de ida, una vez que no manejé y que decidí irme cómodamente en un ADO. Debo anotar aquí, antes de proseguir, que la inclusión de Tryno Maldonado en el ámbito literario nacional, muy merecida por cierto, se consolida cada vez más por su propuesta directa y la voz que ya se distingue por sus rasgos obsesivos. De Viena Roja (Ed. Joaquín Mortiz, México, 2005), su primer novela, a ésta, noto más soltura, más confianza y mejor manejo de los tiempos y ritmos. Conservando y puliendo el estilo anglosajón, que tanto le inspira, de frases cortas y precisas, sin caer en la verborrea común del hispanoparlante pero ya sin recurrir tanto a ciertas exclamaciones y puntuaciones. El personaje principal Golo, es una suerte de pícaro del siglo 21, irreverente e impredecible como protegible y victimable sin razón medida. Hay mucho más por comentar, sin embargo, no quisiera abundar, sólo recomendar su lectura ampliamente, y ya otros detalles prefiero charlarlos personalmente con Tryno, como una sincera cuan respetuosa opinión de un lector más. El conocer a quién lees forzosamente te lleva a cuestionar la objetividad de los juicios, me pasa mucho con Andrés de Luna, y más cuando conoces antecedentes o pormenores de la obra. Más precisamente la obra debe hablar por sí sola, defenderse y liberarse, y si te arranca expresiones pródigas de subjetividad pues que más que lanzarse a disfrutarlas, ya que la literatura también es disfrute, es darse momentos gozosos no sólo con lo escrito sino también con lo insinuado y lo velado. En eso quería terminar, ratificando el placer que me causó dicha lectura y que sobrepasó las expectativas creadas.


Saludos, volviendo a la Ciudad de los Palacios.
 
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