Puente Karlovo y Castillo de Praga al fondo.
Hasta hoy que regreso de unas minivacaciones en Tuxpan; visitando a mi papá, con mi hermano y su familia, y mis primas; es que tengo un tiempo para sentarme a la computadora y actualizar este blog. Comenzaré por lo más atrasado y ello es la reseña del viaje a República Checa que hice en enero. Como había mencionado en la correspondiente a Hungría, tomé un tren y pude descender en varias oportunidades hasta llegar a Praga. Mi objetivo primordial siempre fue el Castillo de Praga y sus misteriosas torres Mihulka y Daliborka. Praga perénnemente me ha atraído por la fuerza y embrujo de sus leyendas noveladas magistralmente y sobre todo por Gustav Meyrink (El Gólem, El ángel de la ventana de occidente, Murciélagos, La noche de Walpurgis), aunque también se deja sentir, claro, en Franz Kafka (Metamorfósis, América, El Castillo, El Proceso, En la colonia penitenciaria), y hasta en Milan Kundera (La insoportable levedad del ser, la broma, el libro de la risa y del olvido, la inmortalidad), por quienes recibí acceso a ese universo fantástico a través de sus novelas.
La bella plaza de Stare Mesto.
Pero regresando al recorrido, ya sabía que si quería estar cerca del Castillo tendría que alojarme en la zona de Mala Strana, sin embargo, decidí primero quedarme un par de días en Novo Mesto muy cerca de Stare Mesto, que es el centro histórico, comercial y cultural de la ciudad. Así que tenía a mi alcance el puente Karlovo (que es un puente construido en el medioevo y que sigue siendo el lazo entre la ciudad real y el resto de la ciudad), el reloj astronómico que domina la plaza de Stare Mesto y todos los edificios, iglesias y teatros que dan una vida mágica a esa bella ciudad. Antes de seguir, me regreso un poco, definiendo a Praga como una ciudad cruzada por el río Moldava y sus varias ramificaciones que provocan que surjan a la vista varias islas con canales navegables tipo Venecia, como en el que se ubicaba mi segundo hotel, ya en Mala Strana, al pie del castillo. Es una ciudad para caminársela toda, aunque por la temporada invernal no había mucha gente haciéndolo, al menos tan temprano como salía yo. Después me dí cuenta que la gente ahí usa mucho el metro aún para distancias muy cortas, quizás por el mismo frío, y deja para los despistados turistas las caminatas. Dos días me bastaron para ya dominar el metro e ir y venir por las 3 líneas. Y vaya que era agradable viajar por ahí, pues las hermosas nativas no se veían por arriba (sólo las que atendian comercios) pero abajo estaban en su medio ambiente natural, entrando, subiendo y transbordando por los veneros del metro. Una estación que recuerdo mucho es Karlovo namesti porque era una estación de transferencia que me llevaba a la estación de trenes Praga-Holescevice (a donde iba mucho por los recorridos que planeaba) y al centro comercial donde compraba todas las viandas y donde encontré más barato el Absinth para traerme a México, pero sobretodo, donde se ubica la mismísima casa del Doctor Fausto. Sí para los sorprendidos les diré que si existió, que era alemán pero vivió en Praga y en esa casa surgió la leyenda de la venta de su alma al diablo, leyenda que le sirvió a Goethe para su obra maestra Fausto (la cual por cierto es de mis favoritas y de ahí mi nickname de Mefisto). Otro lugar que visité en varias ocasiones fue el Instituto Cervantes de Praga, donde tuve oportunidad de conocer la biblioteca del lugar que se llama Carlos Fuentes y donde cuentan con una cantidad importante de su colección, así como de otros autores latinoamericanos, y donde tuve la oportunidad de participar en una charla precisamente sobre la obra de Fuentes con algunos de los alumnos de ahí que me abordaron cuando leía un poemario de Juan Gelman. Ahí también se encontraba la exposición de Joan Brossa, que ya reseñé antes, y la muestra de cine iberoamericano, Cine en Construcción, tocándome la presentación de la gran cinta uruguaya Ave María.
Mi rutina diaria abarcaba largas caminatas y visitas a cuanto museo y exposiciones pudiera, por ejemplo tuve la fortuna de visitar de cabo a rabo el museo de Franz Kafka, así como las casas en que creció y la que alquiló tiempo después, una exposición sobre Salvador Dalí con obra de él ¡que se podía comprar incluso! y otra sobre fotos de una entrevista en París por un fotógrafo Checo. Después de esos recorridos pasaba por un baguette o panini para acabar en la Rutina de las Cantinas (como un poema mío se llama) que se encuentran a un costado del puente Karlovo y donde venden Absinth, Vino caliente (lo cual rompe con el mito de no tomar Tintos por arriba de la temperatura ambiente), Becherovska y Vodka y Licor de Cannabis, además claro de la cerveza Gambrinus. Todo ello lo deguste, acompañando a mi Hada Verde de cajón, como dosis diaria por supuesto, sin la cual nunca llegarían la inspiración y el calor buscados afanosa y místicamente.
Vista de uno de los lados del Castillo de Praga.
Y finalmente, los 2 últimos días los dediqué enteramente a recorrer el Castillo. pero ello será tema de otro post, pues el haber escrito lo anterior me llevó a repasar todo aquello que escribí en Praga y que deseo darle forma en algo más redondo, además de despertarme el apetito feroz por una copa de absinth, que gracias a mis previsiones todavía retengo.
Salud por las musas que danzan alrededor de nuestra cabeza, ¡queridas hadas verdes!
1 comentario:
Esta entrada ha aumentado (si es posible) mis ganas de visitar Praga. Cierto que Kundera, Rilke y ,ultimamente, Kafka tambien tienen que ver.
Estoy planeando ir a finales de agosto y me interesa mucho la información. Sobre todo de los hostales, si recomiendas uno y que tal están de precio, si es que te acuerdas.
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