El último concierto de The Cure en el Palacio de los Deportes de la ciudad de México, lunes 22 de Octubre, ha sido uno de los 3 conciertos más memorables que he vivido (Pink Floyd en el Autódromo de la Ciudad de México, aún no se llamaba Foro Sol, en 1995 y Rod Stewart en el estadio Corregidora de Querétaro en 1989; son los otros dos) y quedará en alto ranking por mucho tiempo. 3 horas exactas de concierto y sus más representativas rolas, nadie para abrir mas que la ansiedad previa al concierto de la multidud conocedora, al ritmo de una tras otra con un brevísimo intervalo de aplausos y escueto thank you, la voz sonámbula pero hipnótizante de Robert Smith, quién rasgaba su guitarra con frenesí y la greña escurriendo bajo su cabeza inclinada, íntimo, oscuro, cómo en sus mejores tiempos, cómo debe ser, y sólo después de 2 encores nos dimos cuenta que habían transcurrido 3 horas de uno de los mejores conciertos.
Este concierto rompe esquemas de la estructura normal de los mismos, así le creo perfectamente a Robert Smith cuando comenta que lo que más les gusta es tocar y que por eso rehacen y alargan sus rolas cada vez de formas diferentes, y con ese virtuosismo espontáneo, no académico, las letras van surgiendo solas como si en vez de cantarlas las soñara y por eso les llamo sonámbulas pues son parte misma de la atmósfera oscura a la cual remite la música. Faltando los fabulosos teclados, para muchos grupos sería impensable sustituirlos por otro instrumento siendo lo más fácil, y por ello más común, contratar un tecladista extra colocado en un rincón del escenario que marque su distancia con los verdaderos integrantes del grupo. Pocos tomarían el riesgo de The Cure de tocar esa líneas con otros instrumentos redimensionando el sonido y la propia rola. Fascination Street sin pianito pero con requinto, Close to me sin organito pero con bajo, Why can't I be you? sin trompetitas pero con rifs de guitarra, Lullaby sin violines pero con arpegios y así seguiríamos por todas las melodías donde cambíamos los multifacéticos tonos del teclado por los clásicos de una banda de garage con la guitarra, el bajo y la batería. Por ello el toquín sonó más Rock, más oscuro, más neto. Sin necesidad de alardes, un escenario simple con proyección de fondos y juego de luces rigurosamente exacto, donde la estrella de la noche fue la comunión público-rolas. Ni el cantante en los típicos juegos de interacción con pedazos de canción, ni la presentación de la banda, ni el solo erudito de alguno de ellos, ni la pasarela chocando manos al frente, ni piruetas en el escenario, ni los rollos agradecidos para aligerar la garganta, ni cambios de vestuario o pausas para refrescarse. Nada de eso. Fue un concierto atípico, digno de un grupo que sabe ser rebelde sin presumirlo ni premeditarlo sólo por la consecuencia sútil de sus actos e ideas.
Todas las canciones que esperaba y muchas otras que me sorprendió escuchar como Pictures of you o Never enough y otras que me había resignado a no escuchar, justificándolo porque ya eran muy viejas (Boys don't cry, Let's go to bed y The Love Cats) o políticamente incorrectas (Killing an arab). De hecho, si revisan el set list de los tres conciertos en la ciudad de México, ninguno es igual ni en orden ni en las canciones. Algún afortunado pudo ir los tres días y disfrutar de secuencias y canciones distintas. Para mí, creo que el haber ido el Lunes fue lo mejor por las canciones que me tocaron, quedé ampliamente superado en mis expectativas.
En fin, The Cure sigue siendo un magnífico grupo que se reinventa cada día como sus rolas (y como su misteriosa canción Forever que nunca es igual en su música ni en su letra y que la tocaron en su pasada visita a México en el 2004), y por eso es una referencia mundial de la escena del Rock.
Salud para seguir Rockeando!
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